Alterio en la churrería de Manolo

22.11.2010 10:03

ALTERIO EN  LA CHURRERÍA DE MANOLO

RLC.- Buenos días, Alterio. ¿Cómo lleva usted las Fiestas de San Juan de la Cruz?

Alterio.- Bueno; aunque el tiempo está revuelto, espero que no nos fastidie los fuegos artificiales del martes, nuestro “castillo” en el aire de todos los años.

RLC.- ¿Y qué me cuenta usted de nuevo?

Alterio.- Pues que el domingo me levanté más tarde de lo acostumbrado. Tras asearme y afeitarme, me puse el chándal y las zapatillas, llamé a mi mascota “Bony” y nos fuimos los dos a dar un paseo por el Molino de Viento. En contra de lo acostumbrado, había pocos “deporpaseantes”. Por no estar, no estaban ni las supernenas…

RLC.- ¿Quienes son las supernenas?

Alterio.- Pues son un grupo de seis señoras, a veces ocho que habitualmente, casi todas las mañanas, van a hacer deporte. Bueno, y a hablar. Son señoras que, en su mayoría, empezaron a hacer deporte en la Sección Femenina. Y ya sabe usted que donde hay siempre queda. Lo de supernenas se lo puso un guasón amigo mío, también deporpaseante, que no sabe que en inglés se las llama “superwomen”, la versión femenina de “supermán”.

RLC.- Continúe Alterio. No sé adónde quiere usted ir a parar…

Alterio.- Pues fui a parar a la antigua churrería del bueno de Manolo ¡Qué churros hacía Manolo…! ¿Sabía usted que Manolo fue monaguillo de don Jacinto en la parroquia? A veces con funciones interinas y altas responsabilidades propias de la sacristanía. Pues desde que cambió de “parroquianos”, San Pedro, le ha nombrado “churrero mayor” del reino... de los cielos. Era Manolo un excelente churrero, un andalucista convencido y un rociero de pelo en pecho. Pero sobre todo era una gran persona.

RLC.- Sí que es verdad, Alterio. Y un buen amigo.

Alterio.- Bueno; pues cuando entré en la churrería me quedé sorprendido porque sólo había un cliente para llevarse los churros a casa y desayunar con su familia. Es lo que pretendía hacer yo. Debe ser por las fiestas de San Juan de la Cruz –pensé- y que la gente trasnochó ayer. Una voz desde una mesa del fondo me llamó por mi nombre y mi segunda sorpresa del día fue aún mayor que la primera cuando vi que no había cola para comprar churros.

RLC.- ¿Se sorprendió porque le llamaron?

Alterio.- No. Por los que me llamaron. Se trataba de Ángeles Férriz y de Francisco Gallarín. Estaban los dos solos sentados en la mesa del fondo como acabo de decirle ante una rosca de churros y dos tazas de chocolate de los que estaban dando buena cuenta. Y me invitaron a sentarme con ellos a tomarme una taza de chocolate.

RLC.- Y usted aceptó, claro…

Alterio.- Naturalmente que sí. Tras saludarles les trasladé mi agradable sorpresa de ver que los dos “eternos rivales” estuvieran departiendo amistosamente tras desayunar. Así daba gusto verles: dos personas que como usted sabe son rivales políticos pero que, aparte de las discrepancias políticas y de las heridas más o menos frescas de la moción de censura, son capaces de aparcar, aunque sea puntualmente, esas diferencias y comerse juntos una “rosca” departiendo como… como… como…

RLC.- ¡Como dos personas!

Alterio.- Eso es. Como dos personas civilizadas que son. Pues bien, ya que me habían invitado a sentarme con ellos, no podía dejar pasar la oportunidad de preguntarles a qué se debía el cordial encuentro entre ambos.

RLC.- Pues para desayunar, hombre, le contestarían.

Alterio.- No sea usted tan ingenuo, amigo mío. El desayuno era una excusa para hablar de política. Para hablar de La Carolina y de los carolinenses. De los intereses de los ciudadanos carolinenses.

RLC.- ¿Sí? ¿Y qué le dijeron a usted, Alterio?

Alterio.- Pues que estaban estudiando la posibilidad de ponerse de acuerdo en varios asuntos fundamentales de nuestra Ciudad. Que hay puntos coincidentes en temas concretos de nuestra Ciudad… Un encuentro necesario y oportuno que debería tener continuidad en el futuro -les dije- e, incluso, institucionalizarlo. Reunirse, dialogar, limar asperezas y, en lo posible, acercar criterios en los asuntos cruciales, que son denominador común y que nos interesan a todos los carolinenses independientemente del color político de cada uno.

RLC.-Continúe Alterio. Me tiene usted en ascuas.

Alterio.- Pues no creo que le venga muy mal con el frío que hace. Y ahora querrá que le cuente cuales son esos puntos coincidentes…

RLC.- Por favor, Alterio. Los lectores de la Revista se lo merecen.

Alterio.- Bueno; pues va por ellos entonces. Pero tenga usted en cuenta que a mí solamente me contaron la parte que quisieron porque supongo que la conversación daría mucho más de sí. En mi opinión, uno de los temas más importantes en los que coincidieron es en el asunto del Hospital. Ambos están de acuerdo en pelear conjuntamente por conseguirlo, gane quien gane en las próximas elecciones municipales. El Hospital, cuando cristalice el proyecto, que cristalizará, será un bien de interés social que tendrá como valor añadido unos beneficios económicos nada desdeñables para La Carolina, para su comercio y su industria y servicios.

RLC.- Pues sí que sería una bonita noticia.

Alterio.- ¡Ojo! Eso no quiere decir que vayan a dejar de defender firmemente sus posturas programáticas claramente ante los carolinenses en la campaña electoral.

RLC.- Eso está claro, Alterio. Pero dice usted que habrá más temas coincidentes ¿no?

Alterio.- Pues sí señor, los habrá. Y de gran importancia. Me refiero a que también están de acuerdo en que no habrá irracionales “bailes de personal” en el Ayuntamiento si la cabalgadura de la Alcaldía cambia de jinete. Le explico: usted, sus lectores y yo sabemos las movidas que se han montado con algunos empleados municipales cada vez que ha habido un cambio de gobierno local, con traslados de dependencias y de funciones, cuando no de despidos. Ambos coinciden en que, gane quien gane, los puestos y funciones del personal del Ayuntamiento serán respetados y que, si hay que tocar alguna pieza necesariamente, primará siempre la profesionalidad y la eficacia de los trabajadores. En cualquier caso, cualquier movimiento y/o cambio que sea considerado preciso realizar será estudiado y debatido previamente hasta consensuar la solución adecuada y motivada. Ambos coinciden en que no serán tenidas en consideración las legítimas posiciones políticas del personal a partir de las tres de la tarde y sí su dedicación y profesionalidad durante el horario laboral.

RLC.- Parece muy interesante y muy razonable, Alterio.

Alterio.- Aún hay más ¿Recuerda que el otro día le hablé de las gratificaciones? También hay acuerdo para intentar racionalizar sueldos y gratificaciones del personal. Parece ser que los empleados municipales del Ayuntamiento de La Carolina son de los que menos cobran respecto a otros ayuntamientos y basándose en esa circunstancia se han estado proporcionando “complementos” a discreción del titular de turno de la Alcaldía. Dado que no parece que este sistema sea muy objetivo e igualitario y, desde luego, puede dar lugar a situaciones injustas y poco transparentes, ambos coinciden en que deben estudiar y acordar un número máximo de cargos de libre designación, cargos de confianza, gane quien gane.

RLC.- Doblemente interesante, Alterio.

Alterio.- Diálogo y consenso: algo insólito por estos lares en los que el lugar común ha sido durante mucho tiempo el desencuentro y la descalificación, el divide y vencerás. Por supuesto que también coinciden en que estos acuerdos incipientes están abiertos a otros temas de interés general y que continuarán trabajando en ello. También piensan informar e involucrar en este consenso al resto de formaciones políticas que se presenten a las elecciones municipales así como a los representantes sindicales del Ayuntamiento.

RLC.- Siga, siga, no pare. Cuénteme más, Alterio.

Alterio.- Pues que en ese justo momento: ring, ring, ring; sonó mi despertador que estaba bailando sobre la mesita de noche. Ahí se acabó mi sueño, amigo. Mi bonito sueño. Despertándome, mientras me desperezaba, recordé que Tomás Moro acuñó la palabra utopía para referirse a un país que no existía.

RLC.- ¡Qué pena…! Pero su sueño no hay quien se lo quite ya, Alterio.

Alterio.- Pues sí. Y como todos los sueños, pareció que lo vivía realmente. Mi sueño era en colores y podía percibir el olor del chocolate y el sabor de los churros. Incluso Férriz y Gallarín parecían personas de carne y hueso.

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