Alterio y su odisea en el aeropuerto

07.12.2010 09:16

ALTERIO Y SU ODISEA EN EL AEROPUERTO

Alterio, después de revisar el agua y el aceite de su “hayga”, acopló a sus nietos en los asientos traseros, les abrochó los cinturones de seguridad y se puso rumbo a Madrid, capital del Reino. Era el viernes 3 de Diciembre por la mañana y aún le daría tiempo de llegar para que, acompañado de sus nietos, visitasen el Congreso de los Diputados en la jornada de puertas abiertas con motivo de la celebración del Día de la Constitución.

-      -Abuelo Alterio ¿qué es la Constitución?- preguntó el menor de los nietos.

-      -Es la “ley de leyes” de los españoles- respondió Alterio a su nieto. La noche anterior se había repasado el texto constitucional adivinando que ésta sería la primera pregunta que le harían sus nietos.

-      -¿Y eso para qué sirve, abuelo?- le espetó a continuación el nieto mayor.

-      -La Constitución nos sirve a los españoles para que todos nos rijamos por las mismas normas y reglas. Igual que en vuestra casa, papá y mamá, tienen unas normas a la hora de comer, hacer los deberes o de acostarse, y de que haya un orden igual para todos, la Constitución también ordena mediante unas normas la convivencia de los españoles- respondió Alterio no muy convencido de que su explicación hubiese sido muy bien entendida por los pequeñajos.

Afortunadamente, Alterio pudo concentrarse en la conducción de su coche cuando observó que los dos pequeños se habían quedado dormidos tras el madrugón.

Habían hecho el viaje de un tirón y cuando llegaban a la entrada de Madrid, a la altura del Cerro de los Ángeles, el nieto mayor se despertó. Zarandeando a su hermano, le indicaba señalando con el dedo índice a un avión que planeaba para tomar tierra en la próxima base aérea de Getafe.

-      -Abuelo ¿ahí está el aeropuerto de Madrid?

-      -No, hijo. Ese es un aeródromo militar. El aeropuerto civil de Madrid está en Barajas.

El nieto pequeño le dijo a su abuelo que el queria ver los “aviones de verdad”, aterrizando y despegando. El abuelo comprendió que no había escapatoria posible y que después de visitar el Congreso, tras comer, su próxima parada estaba en el aeropuerto de Madrid-Barajas.

-      Si os comportáis bien en el Congreso, después de comer iremos al aeropuerto.

Como si fuera un coro de cien chiquillos, cantaron un ¡biénnnnnnn! que atronaron los cascados oidos del abuelo Alterio.

Después de dejar su “hayga” en un aparcamiento de la Castellana, próximo a la Carrera de San Jerónimo, Alterio y sus nietos se encaminaron al edificio de los leones. Afortunadamente, no había mucha cola de público para entrar.

Tras observar con los ojos como platos los grandes edificios de la zona y el intenso tráfico rodado de la capital, el nieto pequeño le comentó a su abuelo:

-      -Abuelo, ¿Madrid es más grande que La Carolina?-, no tuvo que responderle Alterio. El nieto mayor se adelantó diciéndole:

-      -Pues claro que sí ¿no lo has visto nunca en la tele? Madrid es mucho más grande porque es la capital de España-, le aseguró cual adelantado profesor a su alumno. El pequeño calló con un signo de aprobación y comprensión mientras continuaba embobado con los grandes edificios madrileños.

CONGRESO DIPUTADOS

El Congreso estaba casi lleno de ciudadanos que lo visitaban a pesar del poco público que había en la cola de entrada.

-      -Es que el Salón de Plenos no es muy grande. En la televisión parece mayor-, les dijo Alterio a sus nietos disimulando su propio asombro ante las pequeñas dimensiones del Salón donde se cocían los grandes temas de España.

-      -Es como una olla a presión- pensó Alterio recordando alguno de los ardorosos debates que en ese escenario se celebraban todos los miércoles.

23 F

El nieto mayor observando unos desconchones que había en el techo del Salón de Plenos le comentó a su abuelo mientras tiraba de la manga de su hermano:

-      -Abuelo Alterio. Es muy bonito pero no está muy bien cuidado. Mira cómo está el techo…

-      -Hijo mío, no son desconchones. Es que una vez, hace casi treinta años, entró un tío con bigote y con muy mala leche y se lió a tiros pistola en mano porque no le gustaba la Constitución.

-      -Pues vaya un tío desastre- respondió el nieto menor.

-      -No lo sabéis vosotros bien-, respondió el abuelo recordando aquella funesta tarde del 23 de Febrero de 1981 en la que el golpista Tejero quiso cargarse la Constitución y la democracia que tanto trabajo había costado conseguir.

-      -Los impactos de los tiros que dieron en el techo permanecen ahí para que no se nos olvide nunca aquel desgraciado episodio. La Constitución y la democracia hay que cuidarla y mimarla todos los dias- concluyó el abuelo Alterio.

Tras darles un breve repaso a sus nietos de los grandes -y pequeños- hombres que allí hicieron Historia y no muy convencido de que su “magistral” lección impresionara a sus nietos, se dirigieron hacia la salida del Congreso.

Era la hora de comer antes de ir a ver los aviones prometidos.

-      -Que no se os olvide nunca que acabáis de salir de la Gran Casa de España, de la sede de la soberanía popular. El Congreso es el gran Ayuntamiento de España- dijo Alterio grandilocuente y emocionado a sus nietos.

Una vez en la calle, los niños le decían al abuelo Alterio que querían comer, fijando sus ojos en el “burger” de la acera de enfrente.

-      -¿Qué queréis comer?-, les preguntó Alterio, temiéndose la respuesta.

-      -¡Pizza! ¡Pizza!-, respondieron al unísono los pequeños enanos en un perfecto italiano de la Toscana.

Alterio se había propuesto llevar a los niños a un pequeño restaurante familiar que conoció años atrás para degustar un estupendo cocido madrileño como era su costumbre cuando iba al “Foro”. Visto que la mayoría absoluta queria comer pasta, Alterio no tuvo más remedio que acatar la mayoritaria y democrática decisión. Él se comería un buen bocata de tortilla española puesto que el menú no entró en la votación.

-      -¡Al aeropuerto, abuelo, al aeropuerto! ¡Vamos a ver los aviones cómo vuelan!- pedían a gritos los nietos una vez que habían despachado aquella comida horrible según Alterio.

Tras sacar el coche del “parking”, enfilaron Castellana arriba hasta llegar a la carretera de Barcelona, camino de Barajas.

De “parking” a “parking” y tiro porque me toca. Tras dejar el “hayga” a buen recaudo en el del aeropuerto, los niños cogidos de la mano del abuelo, se dirigieron hacia la terminal de salidas de Barajas. El entusiasmo y la ilusión de los críos eran mayúsculos. Por fin iban a poder ver los aviones de verdad aterrizando y despegando hacia vete tú a saber que exhóticos lugares del mundo: playas, nieve, África, Sudamérica… En cuestión de segundos la imaginación de los peques iba trasladándoles a lugares lejanos vistos en la tele y empezados a aprender en los libros de Geografía y en la play.

–Ni que fueran a volar ellos- pensó el abuelo.

No era necesario volar; la ilusión de los niños sólo por ver de cerca un aeropuerto de verdad, con aviones de verdad aterrizando y despegando, como ellos hacían con sus aeropuertos y sus aviones de juguete era suficiente vuelo de momento.

-      -Ya volaremos más adelante, abuelo- decían los niños con un ligero tono de voz que denotaba cierto temor suponiendo que tuvieran que hacerlo realmente.

Pasmados al ver como se abrían solas las grandes puertas automáticas de cristal que daban acceso a la terminal, una vez dentro pusieron una gran expresión de sorpresa en su cara. No por lo que veían sino todo lo contrario. No veían nada. Sólo gente, mucha gente. Una muchedumbre gritona y al parecer muy excitada y cabreada.

Alterio preguntó a un guardia de seguridad que había junto a la puerta qué era lo que ocurría.

-      -Hay huelga de controladores y la gente no puede volar. El espacio aéreo está cerrado en toda España.

Los críos estaban tan impresionados como defraudados. Observaban niños de su edad tumbados durmiendo junto a sus padres y personas mayores también dormidas . Un panorama desolador y decepcionante. Cansados, muchos defraudados viajeros gritaban:

-      -¡Sinvergüenzas! ¡Al paro! ¡Golfos!

ESPERANDO EL VUELO

Era un coro con mala cara. La gente se disponía a disfrutar del Puente de la Constitución y los controladores aéreos no trabajaban. Se esfumaban los planes que se habían formulado tiempos atrás. El espeso cabreo se podía cortar en el ambiente.

Visto lo no visto, los nietos de Alterio le imploraban:

-      -Abuelo, vámonos de aquí. ¡Vámonos ya!

CAOS EN BARAJAS

Dadas las circunstancias, nosotros que sí podíamos “volar” de allí, fue lo que hicimos. La cara de los niños era un poema; mejor dicho, una tragedia. Ni aviones ni leches. Sólo mucha gente con muy mala idem.

Sacamos nuestro coche del aparcamiento y nos dispusimos a hacer el camino de regreso para La Carolina. Paramos en un hotel cercano al aeropuerto para que los niños tomaran un refresco y se les calmara un poco el desasosiego y su tremendo disgusto por el espectáculo que acababan de presenciar y no haber podido ver los aviones de verdad.

Sentados en una mesa del bar del hotel, mientras tomábamos unas cocacolas, pude escuchar a un señor que estaba sentado junto a otros en la mesa de al lado. Más que un señor parecía lo que por aquí conocemos como a un “señorito”. Tenía pinta de chulito, de niño bien. Bien peinado, bien arreglado, con una elegante chaqueta de pana marrón, seguramente comprada en Serrano. Con una barba de varios dias muy bien cuidada, parecía que era el que dirigía el cotarro de toda la mesa.

-      -¡Vamos a acabar ya con este gobierno de rojos! ¡De esta no se escapan!- dijo el que llevaba la voz cantante, el de la chaqueta de pana.

-      -¿Pues no quieren que trabajemos más?- dijo otro de ellos.

- -¡Y que cobremos menos…! terció otro.

En ese momento entraron en el bar un grupo de policías uniformados que se quedaron junto a la puerta. Supuse lo que poco después, al salir del hotel, pude comprobar: nuestros vecinos de mesa, los señoritos de caras chaquetas de pana, eran los controladores aéreos. Los policías estaban haciendo labores de protección a los controladores ante la posibilidad de agresiones de otro grupo de frustrados pasajeros que también estaban en el hotel y que vieron esfumarse sus perspectivas viajeras del “Puente de la Constitución”.

Antes de salir de allí con sus nietos, Alterio, atrasándose un poco, todavia tuvo la oportunidad de decirles al grupito de “señoritos” de pana marrón:

-      -¡Chantajistas!-

No obtuvo respuesta alguna  aunque el “jefecillo” sí le lanzó una leve mirada despreciativa y lejana como procedente de un dios del Olimpo.

Cuando salimos del bar observamos que la puerta, por fuera, estaba franqueada por más policias que impedían el acceso a un grupo numeroso de ofuscados viajeros que no pudieron tomar los vuelos hacia sus ilusiones.

-      -¡Golfos! ¡Sinvergüenzas!-, gritaban indignados a los controladores.

Una vez en nuestro hayga encaramos la carretera camino de regreso a La Carolina.

-      -Cuando salgamos de Madrid os explicaré un poco lo que ha sucedido. Espero que lo entendáis aunque seais muy pequeños todavía-, dijo Alterio a sus nietos.

El tráfico era fluido hasta Madrid, pero cambió radicalmente cuando llegamos a la autovía de Andalucía. Los críos parecían compungidos y fueron en silencio todo el camino hasta Aranjuez. Allí, Alterio, hizo una parada para tomar un café y para que les diera un poco el aire a los niños, estirasen las piernas y se relajaran del desgraciado episodio vivido en el aeropuerto.

Otra vez en el coche, ya camino de La Carolina, el nieto mayor se atrevió a preguntar a Alterio:

-      -Abuelo, ¿la huelga de los controladores es como la huelga de los mineros de La Carolina que nos has contado otras veces?

-      -Hijo mío- le respondió Alterio mirando al espejo retrovisor-, se parecen como un pez y un gato.

-      -Pero un pez y un gato no se parecen en nada-, dijo el nieto menor que ya iba amodorrado, medio dormido.

-      -Pues en eso se parecen, en nada. Los mineros se ponían en huelga porque con lo que ganaban no podían darle de comer a sus hijos. Estos “señoritos”, los controladores aéreos que hemos visto antes, son millonarios. Ganan millones cada mes. Esa es la diferencia con los mineros de La Carolina que se ponían en huelga en aquellos tiempos.

-      -Pues entonces yo creo que la gente que estaba tan enfadada tenía razón cuando les gritaba-, dijo uno de los nietos.

-      -Sí, yo también lo creo. No se puede jugar impunemente con la ilusión de la gente que ha preparado unas vacaciones. Muchos han estado todo el año ahorrando para poder ir a ver a su familia o a descansar y estos “elementos” se lo han impedido porque les ha salido a ellos de las narices. Y no toda la gente que habéis visto en el aeropuerto iban de vacaciones porque otros tenían que viajar para otros asuntos más graves. El daño que están haciendo estos chantajistas es muy grande y muy grave: turismo, hoteles, compañias aéreas… todos perjudicados- dijo Alterio. Las consecuencias económicas serán desastrosas. Con la delicada situación económica que padece este país…- sentenció.

Alterio puso entonces la radio de su coche. Todas las noticias hablaban del caos aéreo provocado por los controladores. Cientos de miles de personas estaban tirados en los aeropuertos españoles, como ellos mismos habían podido comprobar un rato antes.

-      -¿Y que va a pasar ahora, abuelo?

-      -Bueno. Esta mañana hemos estado en el Congreso y os he hablado de la Constitución de la que el lunes como os he dicho se celebrarán 32 años. La Constitución tiene prevista situaciones como ésta que pueden provocar pérdida de derechos fundamentales. Los controladores, con su nefasta actitud, están impidiendo la libre circulación de las personas. El gobierno tiene la obligación de actuar para que esto no ocurra y la Constitución le proporciona las herramientas para ello.

-      -¿Cómo, abuelo?

-      -El artículo 116, de la Constitución dice que: “…el estado de alarma será declarado por el Gobierno mediante decreto acordado en Consejo de Ministros por un plazo máximo de quince días, dando cuenta al Congreso de los Diputados, reunido inmediatamente al efecto y sin cuya autorización no podrá ser prorrogado dicho plazo. El decreto determinará el ámbito territorial a que se extienden los efectos de la declaración”.

-Sería la primera vez que esto se aplicase desde que entró en vigor la Constitución pero en esta ocasión es imprescindible hacerlo. Han de primar los derechos de la mayoría de los ciudadanos sobre los privilegios de unos pocos “señoritos” que se creen el ombligo del mundo.

No prestaron mucha atención a las últimas palabras de Alterio porque cuando llegaban a La Carolina se escucharon unas explosiones a lo lejos.

-      -Abuelo ¿esos ruidos que se oyen es por lo de los controladores?-, preguntó con cierto temor el nieto mayor de Alterio.

-      -No, hijo mío. Eso es porque mañana es Sánta Bárbara, patrona de los mineros.

 

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