Reflexiones de un paseante: Jamaica, un ejemplo de las virtudes y defectos de los españoles, por Fernando R. Quesada Rettschlag

25.03.2013 23:10

Reflexiones de un paseante: Jamaica, un ejemplo de las virtudes y defectos de los españoles. Primera parte.

                            

Fernando R. Quesada Rettschlag. Marzo 2013.


A mi parecer, la historia de Jamaica es un paradigma que pone de manifiesto lo mejor y lo peor de los españoles y, de paso, de los que han sido nuestros peores enemigos desde que terminamos La Reconquista, hasta prácticamente antes de ayer: los ingleses.

Como el principal defecto que le ven a mis artículos dos de mis cuatro o cinco lectores, es que resultan demasiado largos, y éste me lo parece incluso a mí, lo he dividido en dos entregas. He aquí la primera.


La colonización española

La isla de Jamaica fue habitada a lo largo de su historia precolombina, por diversas tribus emigradas de otras zonas del Caribe. Cuando Cristóbal Colón la descubrió en su segundo viaje, el 5 de mayo de 1494, los nativos eran indios arahuacos que habían desplazado a su vez a los guanahatabey, anteriores habitantes procedentes de América del Norte.

Los arahuacos llamaban a la isla “Xaymaca”, que significa “Tierra de bosques y aguas”, y aunque el almirante la rebautizó como isla de Santiago, a este nombre se solía añadir el topónimo arahuaco algo mutado por mor de la pronunciación hispana, es decir Santiago de Jamaica. Con el tiempo, y en aras de la simplificación, el santo matamoros terminó siendo apeado del nombre de la isla.

En esta época, Colón protagonizó un curioso suceso que resultará evocador a los que, en su mocedad, fueran lectores de “TINTIN”.

El 25 de junio de 1503, Colón,  con cien hombres y con las dos carabelas que le quedaban de las cuatro con las que emprendiera su cuarto viaje, varó en la playa de Santa Gloria, en Jamaica. El estado de los barcos era tan lamentable que hacía imposible toda reparación, por lo cual ordenó la construcción de un fortín con los restos de los navíos.

A la espera de que acudieran en su auxilio, sobrevivían cambiando a los nativos alimentos por mercaderías. Sin embargo, los meses pasaban y la ayuda no llegaba. La situación se volvía desesperada por momentos, y el 2 de enero de 1504, la desmoralización se trocó en cólera y estalló el motín.

Los nativos, que no estaban demasiado contentos con que aquellos forasteros se hubieran instalado en su isla, aprovecharon la situación para negarse a seguir proporcionándoles víveres. Colón, se vio atrapado entre dos frentes, en una situación dramática y aparentemente insalvable; pero demostró ser un hombre sereno y con recursos insospechados. Como el experto astrónomo que era, llevaba consigo el “Almanach Perpetuum” de Abraham Zacuco, y por él sabía que el 29 de febrero de 1504 se produciría un eclipse total de Luna. Y supo sacar provecho a esta información privilegiada. Ese día, se las ingenió para congregar a cientos de indígenas y los amenazó con que su Dios los castigaría haciendo que la luna no volviera a salir más. Cuando los nativos vieron que se cumplía la amenaza, presas del pánico rogaron al Almirante que la hiciera volver y éste pidió a cambio la reanudación de los suministros.

Colón aprovechó el eclipse para calcular la posición de Santa Gloria; determinó la latitud con bastante precisión, pero se equivocó en la longitud, situando Jamaica en un punto que correspondía al océano Pacífico, al Oeste de la costa mejicana.

La odisea de los españoles se alargó hasta finales de junio, cuando por fin fueron rescatados. Habían permanecido casi un año en la isla. El 13 de agosto de 1504 llegaron a Santo Domingo y el 12 de septiembre el Almirante partió rumbo a Europa. Arribó a Sanlúcar el 26 de noviembre y falleció año y medio después, en Valladolid.

Fue Diego Colón, su hijo, el que comenzó la verdadera colonización de Santiago de Jamaica en 1509, enviando a Juan de Esquivel como primer gobernador.

En 1537 la Corona otorgó la isla a los Colón junto con el “Marquesado de Jamaica”.

Con los españoles llegaron también las enfermedades procedentes del viejo mundo que tuvieron funestas consecuencias para los nativos, pues al igual que ocurrió en todo el continente, su sistema inmunológico, fue incapaz de reaccionar adecuadamente ante ellas y la mortandad fue terrible; tanto que la población indígena desapareció casi por completo. El historiador Francisco López de Gomara escribió que, en la primera mitad del siglo XVI, los indios habían desaparecido ya casi totalmente, al igual que ocurriera en La Española. En justa correspondencia, los indios “obsequiaron” a los europeos con sus propias enfermedades. De ellas, la que más estragos causaría en el viejo continente durante siglos, sería la sífilis.

Ante la escasez de mano de obra, comenzó la importación de esclavos africanos, aunque la colonización progresó muy lentamente y nunca llegó a alcanzar los niveles de Santo Domingo (La Española), Juana (Cuba) o San Juan Bautista (Puerto Rico). Para los españoles no tuvo interés más que como lugar de ocasional parada y avituallamiento y esto puede explicar en parte los acontecimientos posteriores.

El espectacular fracaso inglés en La Española

Entre tanto, a miles de kilómetros de distancia, los pérfidos ingleses se dedicaban a la que fue su principal preocupación y ocupación durante más de tres siglos: maquinar formas de robarnos pedazos de nuestro Imperio y de las riquezas que nos producía. De hecho, durante más de 300 años mantuvieron contra nosotros un estado de guerra permanente, aunque sólo declarada en contadas ocasiones. En consecuencia, se dedicaron con encono al asesinato, al latrocinio y al saqueo. Siempre a traición, siempre practicando la piratería y el corso, aunque a veces vistieran uniforme y sus barcos enarbolaran pabellón inglés. Lo único que cabe destacar de esta indecorosa actuación es su perseverancia, puesto que, además, en la mayoría de las ocasiones sus empresas terminaron en rotundos fracasos. Lo demuestra el siguiente dato: entre 1500 y 1650, de un total aproximado de 18.000 barcos españoles que surcaron el océano, sólo se registraron 107 capturas a manos de piratas o corsarios ingleses, franceses y holandeses.

No obstante, a lo largo de tan prolongado ejercicio de ruindad y bellaquería, terminaron por cosechar algún que otro éxito, y la toma de Jamaica fue uno de los más importantes.

Ya en el año 1600 intentaron apoderarse de esta isla y fueron rechazados. En 1654, Oliver Cromwell, apenas un año después de proclamarse primer “Lord Protector” de la “Commonwealth of England”, decidió organizar una expedición militar de gran envergadura, la “Western Design”, con el objetivo de establecer una base de operaciones en el mismísimo corazón del Imperio Español: la isla de La Española que, según sabía por sus espías, en aquellos momentos se encontraba semidesierta y casi desguarnecida. Desde allí podría atacar las plazas españolas en la zona y acechar la Flota de Indias. Piratería pura y dura en definitiva, al más genuino estilo inglés.

A tal fin armó una flota de 38 barcos comandada por el almirante William Penn (padre del que más tarde sería colonizador de Pensilvania) y embarcó en ellos a un ejército de tierra compuesto por 7.000 soldados bajo el mando del general Robert Venables. Poner al mando de su expedición a esta pareja mal avenida, no fue una decisión demasiado sutil por parte del Sr. Cromwell, pues Penn y Venables se profesaban un odio añejo, reconocido y manifiesto.

Como si de un forzado “matrimonio por lo militar” se tratara, la larga travesía se les pasó en un santiamén entre discusiones, acusaciones y recriminaciones.

A comienzos de 1655 llegaron a Barbados donde hicieron escala. En abril, los siete mil hombres desembarcaron en las costas de La Española sabedores de que el gobernador español, D. Bernardino de Meneses y Bracamonte, conde de Peñalva, apenas contaba con un centenar de soldados para defender la isla. El desequilibrio entre ambos bandos era tan enorme que Robert Venables solo habría tenido que presentarse ante la capital, Santo Domingo, y tomarla al asalto. Sin embargo, no se sabe bien por qué, este inepto general optó por desembarcar sus tropas a 40 Km. de la capital, para obligar a unos soldados acostumbrados a climas fríos, a avanzar durante días en medio de una naturaleza tan exuberante como inhóspita, bajo un calor sofocante y entre nubes de mosquitos. ¿Pesaría en su ánimo la merecida fama de invencibles que gozaban los soldados españoles a mediados del siglo XVII? Es posible que el Sr. Robert pretendiera evitar un enfrentamiento directo y jugar a la guerra de desgaste, o sumar el factor sorpresa a la abrumadora superioridad numérica, o… ¡Pero eran 7.000 contra 100!

El conde de Peñalva, con su escasa pero veterana y aguerrida tropa, apoyada por un puñado de colonos civiles y utilizando la guerra de guerrillas con contundente eficacia, se dedicó a diezmar de manera inmisericorde a los desorientados invasores ingleses, que morían a puñados sin llegar a enterarse muy bien de dónde les venían las balas, los tajos y las lanzadas.

Entre tanto, el almirante Penn esperaba pacientemente en su barco sin intención alguna de intervenir. En realidad lo estaba pasando en grande al contemplar las absurdas andanzas de su despreciado colega y le divertía la idea de que tuviera que terminar suplicando su ayuda para salir de la mortal trampa en la que se había metido. Sin embargo, cuando Venables comprendió por fin, que un centenar de españoles se bastaban y sobraban para aniquilar toda su fuerza expedicionaria, ya había perdido 500 hombres entre muertos y desertores, y los demás se encontraban en un estado tan lamentable, que no le quedó otra opción que reembarcarlos.


 

La colonización inglesa

Temerosos de presentarse ante Cromwell con un fracaso tan estrepitoso del que ambos eran igualmente responsables, William Penn y Robert Venables por fin se pusieron de acuerdo en algo, dispusieron levar anclas para lanzarse a la “conquista” de la vecina isla de Jamaica, en la que les constaba que no había ni sombra de los tan temidos soldados españoles.

En la isla habitaban algo menos de 1.500 civiles entre colonos y esclavos negros. El gobernador Cristóbal de Isasi, no contaba con guarnición alguna, por lo que decidió que la población se retirase de la ciudad de Santiago de la Vega dejándosela a los ingleses envuelta en llamas.

Era el mes de mayo de 1655. Penn y Venables tomaron posesión de la isla y fundaron  “Fort Cromwell” (después renombrado “Port-Royal”), dejando en él una nutrida guarnición. Después pusieron rumbo a Londres, pero como el matrimonio mal avenido que eran, decidieron escenificar su divorcio haciendo el viaje por separado. A su llegada intentaron convencer a Oliver Cromwell de las muchas ventajas que presentaba Jamaica con respecto a La Española. Cabe deducir que no lo consiguieron, pues el Lord Protector los “premió” con dos mazmorras muy cucas en la Torre de Londres, y con inmejorables vistas al Támesis, además.

En Jamaica, los españoles mandados por Isasi junto con algunos esclavos negros, se refugiaron en las montañas y estuvieron combatiendo a los ingleses durante cinco años, hasta que en 1660, hartos de esperar una ayuda exterior que no llegaba y convencidos de la inutilidad de sus esfuerzos, dejaron la isla y se trasladaron a Cuba. Inconcebiblemente la Corona española no hizo el menor esfuerzo por expulsar a los ingleses y recuperar la isla. Realmente Venables no fue el único ni el mayor insensato en esta historia.

Aunque fuera de un modo tan poco gallardo, lo cierto es que Cromwell había conseguido al fin poner un pie en las Antillas y ahora tenía que poblar la inhóspita Jamaica de ciudadanos ingleses para consolidar la posición. Pero sus compatriotas no estaban por la labor y el Lord Protector tuvo la “humanitaria” idea de enviar, cargados de cadenas y en calidad de esclavos de los pocos ingleses que aceptaron ir como colonos, a todos los escoceses encarcelados en esos momentos. Al mismo tiempo, encargó a su hijo Henry, al que había nombrado general de las tropas destinadas en Irlanda, que se dedicase a cazar muchachos sanos y fuertes para poblar la isla. Así, en menos de cuatro años, envió a Jamaica unos ocho mil esclavos blancos escoceses e irlandeses a los que, además, tuvo el capricho de cambiar el apellido por nombres de ciudades, colores, flores o profesiones. Cada cual tiene sus antojos y el Sr. Cromwell se los podía permitir todos. ¡Cualquiera osaba toserle al iluminado autócrata!

En Jamaica, los colonos pagaban unas mil quinientas libras por esclavo, y hasta dos mil por las muchachas jovencitas y de buen ver.

Con esta nutrida y barata mano de obra, los inicialmente escasos colonos ingleses, emprendieron una eficaz explotación de las posibilidades económicas que ofrecía la isla. Como el consumo de ron y la demanda de azúcar eran cada vez mayores, la extensión de las plantaciones de caña fue en aumento y con ellas se incrementaba sin cesar la necesidad de mano de obra esclava. La respuesta de Inglaterra, en la que se había restablecido ya la monarquía, estuvo en la línea “humanitaria” marcada por Cromwell; comenzó un auténtico negocio de secuestro de niños de origen humilde, que eran enviados de contrabando a la colonia. Simultáneamente, cualquier delito, por pequeño que fuera y aunque no hubiese sido probado, se condenaba con la pena de servir un mínimo de cuatro años en las plantaciones jamaicanas. Así las gastaban los inventores de “la leyenda negra”.


 

Port Royal, capital mundial de la piratería y del tráfico de esclavos

La Corona cobraba el correspondiente porcentaje de todo el dinero que movía el tráfico de semejante masa humana, pero no satisfecha con ello y como se había demostrado que los africanos sobrevivían mejor al duro trabajo bajo un calor tan sofocante, la propia Corona decidió fundar la Real Compañía de África, destinada a capturar esclavos negros en ese continente.

Jamaica pronto se convirtió en uno de los principales centros de comercio de esclavos del mundo al tiempo que su capital y puerto principal, Port Royal, daba cobijo y amparo a todos los bucaneros, piratas, filibusteros y corsarios del Caribe que saboteaban el comercio español. El ambiente de sus calles y tugurios es fácil de imaginar; negreros, piratas, prostitutas, ladrones, asesinos y expertos en todos los delitos inventados y por inventar, campaban a sus anchas por allí. En ese tiempo era conocida como "la ciudad más depravada de la Tierra". En 1692, como si de un castigo bíblico se tratara, un terremoto la destruyó y sepultó bajo el mar más de media ciudad. Ya nunca volvería a ser la de antes de la catástrofe.

 

En un cuarto de siglo escaso, la empresa de la reina introdujo en Jamaica cerca de cien mil esclavos negros que se pagaron a un promedio de diecisiete libras por cabeza. La empresa Lloyds aseguraba los cargamentos humanos, abonando diez libras por cada esclavo enfermo que “hubiera sido necesario arrojar al mar para que no contagiase al resto de la carga”.

Cuando un siglo más tarde, un tal capitán Collingwood de Liverpool, decidió arrojar por la borda a mil hombres, mujeres y niños, el Parlamento, hasta entonces tan tolerante con el lucrativo negocio, reaccionó por fin y la mayoría de sus miembros, no todos, estuvieron de acuerdo en que el capitán se había excedido.

El trato que los colonos ingleses daban a sus esclavos era inhumano. Los que podían huir se refugiaban en las Montañas Azules, en lugares apartados y de difícil acceso llamados quilombos, palabra que por extensión, también se usó para designar a estos grupos de rebeldes. En 1760 estalló una insurrección general que fue aplastada brutalmente. En 1795 una nueva insurrección sacudió la isla y fue aplastada con igual brutalidad.

Los dueños ingleses de las plantaciones jamaicanas llegaron a alcanzar una formidable prosperidad que se hizo extensiva a las ciudades portuarias de Liverpool y Bristol con las que comerciaban. Posteriormente esta actividad comercial se extendió a las colonias inglesas de Norteamérica. Jamaica llegó a ser el mayor exportador de azúcar a escala mundial, llegando a producir aproximadamente 77.000 toneladas anuales entre 1820 y 1824, hazaña que fue conseguida gracias al trabajo de los esclavos africanos. Los mismos que dejaron morir de hambre en número de 15.000 cuando se interrumpió el comercio con las colonias americanas a causa de su guerra de independencia.

En 1834 se abolió por fin la esclavitud. En 1942 se descubrieron grandes yacimientos de bauxita que muy pronto sustituyeron a la industria azucarera. En 1962 se proclamó la independencia.

continuará

¡TE VAMOS A SORPRENDER!

Sitio de búsqueda

Contacto

Revista de La Carolina @La_Carolina
www.facebook.com/noni.montes
https://pinterest.com/teatiendo/
https://storify.com/La_Carolina
revistalacarolina@gmail.com
+34 668 802 745

Follow me on App.net

LOS ARTICULOS DE ALTERIO

 

 

DIABÉTICOS DE LA CAROLINA

+INFO

Follow Me on Pinterest Seguir a La_Carolina en Twitter LINKEDIN LOGO
      LOGO STORIFY      

 

HOSPITAL VETERINARIO SAN FRANCISCO

ORELLANA PERDIZ

 

 

ASESORÍA BERNABÉU TORRECILLAS

 

LIBRERÍA AULA

LOS ALPES 1924

FEDERÓPTICOS OPTIDOS

MESÓN CASA PALOMARES

MIMO

VOLUNTARIADO CRUZ ROJA