Reflexiones de un paseante: el Collado de la Aviación. Fernando R. Quesada Rettschlag

13.02.2014 20:19

REFLEXIONES DE UN PASEANTE: EL COLLADO DE LA AVIACIÓN

Fernando R. Quesada Rettschlag. Febrero 2014.

            

Las siete y media, hora de levantarse. Aunque sea domingo y el madrugón resulte un poco molesto, la excursión de hoy lo merece, y si queremos empezar a andar a las nueve, no podemos seguir remoloneando entre las sábanas ni un minuto más.

Las ocho y media. Aseados, desayunados y ataviados con el equipo completo de excursionista, nos disponemos ya a salir de casa. En realidad, lo único realmente necesario son unos buenos calcetines y unas buenas botas, todo lo demás es concesión a la estética aunque nos queramos engañar con argumentos que aduzcan la necesidad y la comodidad; pero bien pensado, si nos ponemos traje y corbata cuando vamos de boda ¿por qué no nos vamos a poner pantalones verdes, chaleco multibolsillos y tocado a juego, cuando vamos de excursión?

Dirigimos el coche hacia el norte por la N-IV y, nada más atravesar el túnel que comunica Andalucía con La Mancha, tomamos la salida a “Venta de Cárdenas”. Afortunadamente vamos en coche, porque si lleváramos cualquier vehículo agrícola (tractor, cosechadora…) tendríamos que parar en mitad del túnel y cambiar las ruedas que cumplen la normativa andaluza, por otras que cumplieran la manchega. Cosas de nuestros autárquicos gobiernos autonómicos, en los que no cabe ni un tonto más.

En la primera rotonda damos un giro de 90º, dirección Parque Natural y nos incorporamos a la antigua autovía, pero ahora viajando hacia el sur. Hemos de ir atentos porque, muy pronto, al revolver de una curva, está la entrada al Parque Natural de Despeñaperros. Es muy fácil pasar de largo.

 

 

Pista de tierra y portón de hierro de doble hoja, que hay que abrir y volver a cerrar tras el paso del vehículo. A poca distancia está la casa del guarda. Ahí aparcamos y comenzamos la caminata. Son las nueve de la mañana y, al salir del coche, notamos un frío pelón que nos cala hasta los huesos. En cuanto subamos el primer repecho entraremos en calor. Nos espera una suave pendiente de 4 km por la ladera derecha del profundo barranco de Valdeazores. En él se alberga una riqueza floral tan prolija y extraordinaria, que indujo al insigne botánico Don Pío Font Quer, a llamar a este lugar “Valdeflores”, haciendo un juego de palabras con su verdadero nombre. Mientras ascendemos con calma (ya se sabe: hay que subir como un viejo si se quiere llegar a la cumbre como un joven), podemos admirar este valle angosto y feraz, donde se reúne casi toda la riqueza vegetal de la Sierra, desde la “Centaurea tricolor”, endemismo del Parque, hasta el clavel de roca (“Dianthus crassipes”), pasando por todo el elenco arbóreo de encinas, quejigos, alcornoques, pinos, madroños, enebros… Si nos acompaña la fortuna, también nos pueden obsequiar con su fugaz presencia en nuestro campo de visión, los ciervos o las ardillas y, a poco que levantemos la cabeza, podremos contemplar el sereno y majestuoso vuelo de los buitres, vigilándolo todo desde el cielo.

 

 

Al inicio del paseo, podemos ver a nuestra izquierda el pico de la Aviación, objetivo de esta excursión. Está colgado sobre el hondo y agreste desfiladero de Despeñaperros, coronando su vertiente occidental. A mitad de camino entre este pico y el río que discurre por el fondo del barranco, está el collado de la Niebla, en el que aún se conservan algunas pinturas rupestres. Enfrente la vertiente oriental, constituida por esa imponente formación de estratos verticales llamada los Órganos, por su semejanza con los tubos de ese instrumento musical.

La distancia que nos separa del pico en línea recta es inferior al kilómetro, pero entre ambos está el insalvable barranco que nos va a obligar a dar un largo rodeo de 7 km, primero en dirección suroeste y después en dirección noreste.

Terminado el ascenso que al regreso será descenso, cosa que conviene recordar cuando el trayecto comience a resultar penoso, llegamos a una encrucijada de caminos. Tomamos el de la izquierda, desviándonos 90º de nuestra trayectoria, e iniciamos el tramo que nos conducirá directamente al collado de la Aviación, situado a 3 km de distancia. Por el camino, podremos ver a mano izquierda y al otro lado del barranco, la ruta que hemos seguido durante la subida, andando en dirección opuesta a la que ahora llevamos.

Por fin arribamos al collado, que es un paraje muy ameno, presidido por un minúsculo refugio de montaña, apto para dar cobijo nocturno a sólo dos personas en sendos sacos de dormir.

Siguiendo hacia el este por una vereda que ahora está bien señalizada, llegamos al pico colgado sobre el desfiladero, desde el que podemos ver la autovía y los coches que por ella circulan, del tamaño de cochecitos de juguete.  No es lugar apto para vertiginosos.

Enfrente, anonadándonos con su imponente apariencia, los Órganos de Despeñaperros.

En medio, el desfiladero surcado por los buitres que, molestos o asustados por nuestra llegada, han decidido abandonar sus seguros riscos y alzar el vuelo a la espera de que los intrusos decidamos dejarlos tranquilos.

 

 

Hay muchas posibilidades de que coincidamos allí con algunos ciclistas de montaña, que utilizan este lugar para reponer fuerzas mientras contemplan el formidable paisaje.

Es Despeñaperros un barranco de unos cuatro kilómetros de longitud, flanqueado por paredes casi verticales, talladas por el río Despeñaperros que lo atraviesa en dirección norte-sur. Se forma este río por la confluencia del arroyo Cabezamalo que baja del norte, con el río Magaña (Guadalfaiar lo llamaban los árabes), que nace en el cerro de las Golondrinas, en el término municipal del Viso del Marqués, y discurre en dirección oeste-este por la linde norte del Parque. Desemboca en el Guarrizas que es afluente del Guadalén, y éste del Guadalimar que llevará sus aguas hasta el Guadalquivir.

Como río, el Despeñaperros no es gran cosa, ni muy largo, ni muy caudaloso, ni muy nada. Pero en su humildad, practica la virtud de la paciencia, y como al pasar por Sierra Morena la pendiente se hace pronunciada, desarrolla una gran fuerza erosiva a pesar de su escaso caudal. Así, día tras día, año tras año, milenio tras milenio, ha terminado por excavar el desfiladero de Despeñaperros que, ese sí que sí, es un pedazo de desfiladero impresionante. Y eso que al pobre río le ha tocado tallar en mineral de cuarzo, principal componente de la roca cuarcita que, en una escala de diez, tiene una dureza de siete.  Si lo dejamos tranquilo y a lo suyo, dentro de medio millón de años no sabemos la que puede haber organizado el tal Despeñaperros.

Ha llegado el momento de que nuestras nalgas busquen acomodo y nuestro espíritu dedique unos minutos a disfrutar de la hermosa visión que se ofrece ante nosotros en un  panorama de casi 270º. Y mientras lo hacemos, acude a nuestra memoria la historia geológica de la región. Comenzó hace 570 millones de años, al inicio del Paleozoico que, cuando estudiábamos los que tenemos ya cierta edad, se llamaba Era Primaria. Entonces, un extenso mar bañaba la costa de la meseta ibérica, exten­diéndose hacia el sur. En esa época, la línea de costa se si­tuaba muy próxima al límite septentrional del Parque, por tanto el lugar en el que nos encontramos ahora, era un mar de poca profundidad.

Durante más de 200 millones de años, se estuvieron depositando en su litoral grandes espesores de arenas y de arcillas transportadas por los ríos que erosionaban el viejo continente ibérico, además de caparazones y esqueletos calizos, procedentes de los habitantes del propio mar.

 

 

En el periodo Carbonífero, hace unos 360 millones de años, el mar se redujo hasta generar extensas zonas pantanosas en las que se acumu­laron grandes cantidades de restos ve­getales que, más tarde, se convertirían en capas de carbón. Actualmente, estos materiales no afloran en el Parque, pero sí en lugares próximos a su límite meridional.

Algo más tarde, también durante el Car­bonífero, pero hace unos 320 millones de años, tuvo lugar la orogenia Herciniana por colisión de los supercontinentes Laurasia y Gondwana, que literalmente aplastó al continente protoeuropeo o armoricano. Los materiales depositados a lo largo de tantos millones de años, habían ido sufriendo fuertes aunque lentísimas transformaciones, por efecto del peso de los sedimentos depositados encima, del consiguiente hundimiento de la cuenca de sedimentación y de los procesos litogénicos asociados. Entonces, las colosales fuerzas de compresión causadas por la orogenia, provocaron el levantamiento del terreno y su emersión definiti­va. Durante el proceso se produjeron plie­gues y fracturas. Las arcillas se transformaron en pizarras metamórficas, los restos de conchas y caparazones en calizas, y aquellas antiquísimas arenas litorales dieron origen a los resistentes estratos de cuarcitas armoricanas que, por efecto de las tremendas presiones, quedaron en posición vertical.

 

 

El mar se retiró definitivamente y desde entonces, el relieve permanece emergido y sometido a una erosión constante, que ha dado a la cuarcita esa característica forma de tubos gigantescos que asemejan a los de los órganos de las iglesias. También ha puesto al descubierto curiosas rizaduras fosilizadas causadas por el oleaje, y crucianas o rastros fósiles de organismos que dejaron su marca al arrastrarse por el suelo arenoso hace casi 500 millones de años.

Esta original formación geológica, fue decla­rada Mo­numento Natural en octubre de 2001 por la Conse­jería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, en reconocimiento a sus valores natu­rales e históricos.

 

Pero hora es ya de iniciar el regreso si queremos estar en el coche a la una como habíamos previsto. Nos despedimos de los buitres y recomenzamos la andadura.

El camino de vuelta, salvo en algunos tramos, es llano o cuesta abajo, por lo que resulta más liviano y tardamos en recorrerlo algo menos que a la ida. En total hemos andado 15 km en cuatro horas escasas.

A la una y media estamos ya bajo una reconfortante ducha templada. Después, nos espera la consuetudinaria paella dominical y una buena siesta, arrullados por el ronroneo de alguna película en la tele.

Sin duda debe haber formas espléndidas de pasar un domingo, pero para mí, ésta es una de las mejores que conozco.

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