Nuestra Historia: Fundación de La Carolina y Pablo de Olavide

06.11.2008 07:48

Fundación de La Carolina y Olavide

  

Foto: Torres de la Fundación

 

Apuntes biográficos de Olavide

 

El 25 de enero de 1725 nacía en la capital del Perú Pablo de Olavide y Jáuregui, primogénito de la familia del hidalgo navarro Martín de Olavide -contador mayor del Tribunal de Cuentas de Lima- y María Ana de Jáuregui. Era su madre hija del capitán sevillano Antonio de Jáuregui, avencidado en Lima, que había casado con una joven limeña, María Josefa. Dos hermanas tuvo nuestro hombre: Micaela y Josefa.

Fue bautizado en la parroquia del Sagrario el 7 de mayo siguiente con el nombre de Pablo Antonio José, siendo apadrinado por su tío materno Domingo de Jáuregui, que habría de jugar un papel importante en su vida.

Foto: Pablo de Olavide


Antes de los diez años estaba ya el niño estudiando en el Real Colegio de San Martin, de Lima, dirigido por los jesuitas. Inteligente y precoz, a los quince años se graduó como Licenciado y Doctor en Teología por la Universidad de San Marcos, en la que dos años más tarde -después de alcanzar el doctorado en ambos Derechos- era catedrático, por oposición, en la Facultad de Teología. La colonización de Sierra Morena Imposible conocer la figura de Olavide sin tratar, siquiera sucintamente, el proyecto de recolonización del sur de España, donde se plasman los ideales de nuestros hombres ilustrados, y del que fue responsable máximo (Superintendente).

Para toda la Europa culta de su época, Pablo de Olavide y Jáuregui era "el hombre que había poblado los desiertos de Sierra Morena", única obra que ha recordado la posteridad casi hasta nuestros días.

Las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía se van gestando desde el Reinado de Fernando VI (1746-1759) para llegar a materializarse con el equipo ilustrado de Carlos III (1759-1788). La propuesta que en mayo de 1766 había hecho a Carlos III el aventurero Gaspar Thurriegel, de contratar obreros alemanes y flamencos para revalorizar las tierras de América del Sur, se vio sustituida, merced a un extenso informe de Olavide, por la de traer los colonos a España, a fin de establecerlos en los despoblados parajes de Sierra Morena.


Foto: Carlos III


El delicado trabajo encomendado a Olavide tenía dos aspectos fundamentales: el acondicionamiento material de las nuevas comunidades y la organización de su vida socio-económica. Todos los colonos habían de ser católicos y contarían con sacerdotes católicos para su instrucción y custodia espiritual. Cada núcleo de población (distantes entre sí un cuarto de legua) estaría integrado por cierto número de familias, todas ellas propietarias y trabajadoras de la parcela que les cayese en suerte. Serían al mismo tiempo agricultores y ganaderos, con independencia de la Mesta. Tendrían molinos y hornos comunes, cuyas rentas servirían para el desarrollo de cada municipio, el cual estaría obligado a edificar una escuela y dar instrucción elemental gratuita los hijos de los colonos; pero existía también la prohibición expresa de fundar centros medios y superiores de enseñanza, a fin de consolidar la colonización agrícola, evitando las tentaciones de absentismo de los jóvenes, por dedicación a profesiones liberales o a vida monacal.

Según este criterio, quedaba prohibido también el establecimiento de comunidades religiosas, que pudiesen algún día robar brazos a la agricultura. No se autorizaban tampoco los matrimonios con nativos de poblaciones cercanas, a fin de aumentar la demografía de las colonias.

Para poder llevar a cabo esta empresa, Olavide recibió extensos poderes: reclutaría personalmente a sus colaboradores y sería independiente de todas las autoridades administrativas o judiciales, no dependiendo más que del Consejo de Castilla, y del Ministro de Hacienda para las cuestiones económicas. Campomanes puso a su disposición el ganado, los granos, muebles y utensilios agrícolas procedentes de los extinguidos colegios andaluces de los jesuitas, además de cuantiosas sumas extraidas de sus rentas.La colonización va a llevarse a la práctica en 3-4 zonas bien diferenciadas de la geografía andaluza durante los años de 1767 y 1768: Las llamadas Nuevas Poblaciones de Sierra Morena en Jaén, con 22 núcleos, y con capital en La Carolina. Era el llamado "Desierto de Sierra Morena", con 50 kms. sin un alma entre el Viso del Marqués y Bailén.

 
Las de Andalucía, en torno a La Carlota (Córdoba), en el desierto de La Parrilla, y La Luisiana (Sevilla) en el desierto de la Monclova, como núcleos más importantes. Las agregadas a las Nuevas Poblaciones de Andalucía en la provincia de Cádiz y cuyos terrenos habían pertenecido a los Propios y Arbitrios de la Ciudad de Sevilla, Armajal y Prado del Rey.

De esa colonización nacerían las poblaciones de La Concepción de Almuradiel, Almuradiel, Arquillos, Aldeaquemada, Montizón, Las Correderas, Santa Elena, La Carolina, Guarromán, La Real Carlota, San Sebastián de los Ballesteros, Fuentepalmera, La Luisiana y aldeas menores. La capitalidad se estableció en La Carolina, sede del Intendente, y una subdelegación en La Carlota.
 

Los
objetivos para los que fueron creadas estas Nuevas Poblaciones, siguiendo los que expone Perdices de Blas y a grandes rasgos, fueron los siguientes:

Formación de una sociedad modelo, que sirviese de ejemplo tanto a los pueblos del entorno como al resto del país, ya sea a los campesinos o a la sociedad estamental.
Mantener la seguridad y el orden público en el Camino de Madrid a Andalucía. 
Poblar zonas desiertas con un esquema previo:

- la admisión única de población útil

- el desarrollo de todos los ramos de la agricultura

- el establecimiento de la industria

- la dispersión de la población por el campo.

La Colonización comienza a materializarse en septiembre de 1767 con la llegada de los primeros colonos. La crisis que vivía toda Europa favoreció la recluta de inmigrantes que no sólo fueron alemanes y flamencos sino también franceses, suizos e italianos. Estos colonos habían sido embarcados en Cette, puerto del Golfo de León, en Francia, y trasladados a puertos españoles, a saber, Almería, Málaga y Sanlúcar de Barrameda, mientras que otros contingentes de futuros colonos eran llevados por tierra hasta Almagro (Ciudad Real). Estas cuatro ciudades van a ser las llamadas cajas de recepción, donde los colonos debían esperar a que se les asignase su destino (Sierra Morena o Andalucía).

Según el Fuero de las Nuevas Poblaciones (5-VII-1767), a cada vecino poblador se le entregarían 50 fanegas de tierra de labor, además de algún terreno para plantar árboles y viñas. En cuanto al ganado, se les facilitaría a cada familia dos vacas, cinco ovejas, cinco cabras, cinco gallinas, un gallo y una puerca de parir. A cambio, durante diez años tendrían la obligación de mantener su casa poblada, y permanecer en los lugares, sin salir ellos ni sus hijos o domésticos extranjeros a otros domicilios; en caso contrario, podrían ser condenados al servicio militar. Después de este tiempo, la obligación de residencia permanece pero su incumplimiento sólo conlleva la pérdida de las tierras.

Los primeros tiempos de la historia de las colonias —que el optimismo oficial esperaba ver realizadas en el espacio de dos años— constituyen una constante improvisación, una lucha encarnizada con las dificultades nacidas, la mayor parte de las veces, de un exceso de precipitación, cuya responsabilidad inicial no recaía sobre el superintendente. La naturaleza rebelde, las inclemencias de la estación invernal, la dureza propia de toda obra que nace, exasperaban a los colonos, gran parte de los cuales desconocía las técnicas más rudimentarias de la agricultura. Hubo deserciones, enfermedades y muertes en gran escala. En sustitución de los extranjeros, fueron llegando agricultores de Levante y Cataluña, más acostumbrados al clima de nuestro suelo.Pese a todo, vence la constancia. Se edifican otros lugares y las colonias crecen. A los primitivos terrenos, emplazados en la provincia de Jaén, entre Despeñaperros y Bailén, se unen ahora nuevas colonizaciones a orillas del Guadalquivir, entre Córdoba y Ecija. Olavide aprovecha esta magnífica oportunidad para poner en práctica su plan de reforma agraria, con excesivo idealismo que truncaría sus ilusiones.Las mayores dificultades, sin embargo, procedían de las mezquindades humanas incapaces de cooperar en una empresa de entrega y generosidad. Al bien común se ha opuesto siempre el bien particular. Fueron, inicialmente, los habitantes de lugares vecinos, envidiosos del reparto gratuito de las tierras a unos extraños; vinieron después los ricos ganaderos, que veían limitados los antiguos baldíos donde pastaban sus reses; municipios, como el de Ecija, que se apresuró a interponer un recurso ante el Consejo de Castilla, por creer lesionados sus derechos. Por otra parte, las quejas y lamentaciones de los propios colonos se extendieron más allá de nuestras fronteras; los capuchinos alemanes, que servían de directores espirituales en las colonias, emprendieron una campaña de difamación y desprestigio contra el Intendente y sus colaboradores. El Gobierno nombré un visitador que humilló a Olavide, suspendido temporalmente en sus funciones.

En 1769, pasada la tormenta, se reincorpora con más empeño, si cabe, a la dirección de las colonias y planifica su futuro mediante trabajos de irrigación, mejoramiento de cultivos y establecimiento de fábricas. El éxito acompaña ya a la empresa, y a fines de 1775 el número de colonos sobrepasa los 13.000 individuos.

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