Reflexiones de un paseante: Desde la orilla del mar

26.08.2012 14:17

Fernando R. Quesada Rettschlag.

Agosto 2012.

En este bonito rincón de la Costa del Sol oriental, voy sobrellevando más bien que mal los rigores del estío. Aquí el concepto “ola de calor” significa que las temperaturas máximas pueden llegar a los 30º a la sombra, rara vez más. Este enclave de la costa mediterránea de clima privilegiado, es un pequeño cabo que geográficamente se llama “Punta de Torrox” y administrativamente “Torrox-Costa”. Se trata de una pedanía de “Torrox-Pueblo” que, por mor del turismo de sol y playa, ha alcanzado un desarrollo considerable; excesivo lo considero yo, dada mi natural inclinación a la paz y la tranquilidad.


Su poco eufónico nombre, deriva de la palabra árabe “turrux” que significa torre. Toda la geografía de lo que otrora fuera al-Andalus, está salpicada de topónimos que derivan de ese término, pero seguramente, Torrox es el que conserva con mayor fidelidad la estructura y el sonido del vocablo original. Esta profusión de nombres turruxidimanados, si es que se puede decir así, está en el origen de la confusión en virtud de la cual, varios pueblos andaluces, entre ellos este Torrox malagueño, se atribuyen el supuesto honor de ser el lugar de nacimiento del moro Almanzor, Muhammad Ibn Abí Amir, apodado al-Mansur (el Victorioso) por los suyos y Almanzor por los cristianos. En realidad, este personaje nació en Algeciras, en una alquería propiedad de su familia.

A pesar de que hace ya años que paso aquí mis vacaciones, y a pesar de que también hace años que renuncié a entender a mis compatriotas, hay cosas que me siguen sorprendiendo.
Lo que más llama la atención de este paseante varado en la playa, es el descarado empeño con el que se estruja el caletre, para vaciar de numerario la cartera del veraneante, el variopinto y colorista paisanaje que aquí halla acomodo y medio de vida durante el verano. Ya sean autóctonos, ya migratorios o “de temporada”: iberoamericanos, paquistaníes, indios de la India sean o no hindúes, africanos magrebíes y subsaharianos a los que, por cierto, antes llamábamos moros y negros y nadie se molestaba, alemanes, rumanos, asiáticos, etc. etc. Todos se aplican a la tarea con un empeño que en ocasiones sorprende por su ingenio, pero que usualmente, molesta, incomoda, entorpece y obstaculiza al turista, e incluso ofende su sensibilidad y su inteligencia.

Cuando son particulares los que así se comportan, no queda sino esquivarlos o, si no es posible, soportarlos con paciencia y, como mucho, exclamar lo del torero Rafael Guerra “¡tié que haber gente pa tó!”. Lo malo, lo indignante, lo ofensivo, lo recalcitrante, lo irritante, lo vejatorio, lo insultante, es que la corporación municipal torroxeña se haya adherido a este codicioso movimiento corsario de estrujar el bolsillo de los veraneantes sea como sea, si no es que se ha puesto a la cabeza del mismo. Por un lado, omite las actuaciones que evitarían que los particulares sobrepasen la legalidad, la normativa e incluso el más elemental sentido común. El empresario torroxeño, indígena o sobrevenido, tiene patente de corso municipal para emprender cualquier acción encaminada al mencionado fin. Por otro, asume un papel activo, al adoptar resoluciones manifiestamente ilegales, encaminadas a favorecer la susomentada finalidad: esquilmar el peculio del turista. El caso más palmario es el de la concesión de explotaciones de sombrillas y hamacas de alquiler en la playa Ferrara. Ocupan una extensión tal, que prácticamente no queda espacio para que los bañistas pinchen sus propias sombrillas, con lo que se pretende, de hecho, obligarlos a alquilar.

Y para conseguir un fin tan mezquino, se conculcan, transgreden, infringen y quebrantan todas y cada una de las normas establecidas en la Ley de Costas de una forma tan manifiesta, tan descarada, tan ostensible, ostentórea habría dicho el ínclito Jesús Gil Q.E.P.D. que resulta escandaloso. Como una imagen vale más que mil palabras y yo adjunto cuatro imágenes, resulta que valen más que… cuatro por cero… me llevo una… ¡cuatro mil palabras! ¡Qué derroche de retórica!
Y ¿qué puede hacer el ciudadano cuando las autoridades encargadas de cumplir y hacer cumplir las leyes, se las pasan por el forro de sus caprichos? Pues, en esta España de mis entretelas, callar y pagar impuestos. Puede que haya otras respuestas, pero a mí no se me ocurren, aunque acepto sugerencias.
Pero no todo va a ser negativo. Toda moneda tiene su cara y su cruz y toda corporación municipal tiene sus cosas malas y sus cosas buenas… o debe tenerlas… o se supone que las tiene… o… bueno, en fin, el caso es que este verano, los veraneantes nos hemos visto sorprendidos por una iniciativa municipal que reinvierte parte del que antaño fuera nuestro dinero, en nuestro beneficio de hogaño, o eso es lo que deben creer ellos. A lo largo de la playa y convenientemente espaciados, han colocado dispensadores de ceniceros de usar y tirar. Y gratis para el usuario. Obviamente no así para el Ayuntamiento, ya que el material, la mano de obra, los repuestos, el mantenimiento… todo eso cuesta un dinero, pero se da por bien empleado si se consigue el fin perseguido. Lo malo es que, en lo que a mí se me alcanza, lo que se consigue de camino, es duplicar la cantidad de residuos que genera un fumador en la práctica de su nocivo vicio. En efecto, ahora además de contaminar con restos volátiles, cenizas y colillas, el fumador incrementa el volumen de basura con ceniceros desechables. Quiérase o no se quiera, así es la cosa.

Pero al margen de estas consideraciones de orden legal o, si se quiere, ilegal, hay otra de orden lingüístico que no me gustaría dejar de mencionar en este artículo impregnado de aromas marinos, de iodo y de salitre. Aquí, los aborígenes tienen un acento cerrado, ceceante y umbrío, muy distinto del habla jaenera que, además, para todo evento, cuenta con el benefactor “ea”.
El “ea” es una aportación capital a la culturilla hispana; un maravilloso regalo del ingenio jaenero a todos los hispanohablantes. Es una herramienta lingüística versátil, polifacética y multifuncional cual navaja suiza; práctica en cualquier ocasión, en toda circunstancia y en las más variadas situaciones.

En mi pueblo natal se utiliza el “cucha”, pero su utilidad es muy limitada, no tiene punto de comparación. Por eso, cuando los azares laborales me trajeron a La Carolina y descubrí el “ea”, el universo de eventualidades semánticas que abarca la palabreja, abrió ante mí un universo paralelo de posibilidades expresivas.

El “ea” es, como el antiguo y añorado BUP, unificado y polivalente.
En los siguientes ejemplos podemos ver algunas de las posibilidades que ofrece, con solo recurrir al expediente de variar levemente la entonación:
Puede servir para asentir:

  • Hoy parece que vamos a tener un buen día.
  • ¡Ea!

Queda claro que estamos de acuerdo con la predicción meteorológica del vecino que nos acompaña en el ascensor.
Puede utilizarse como una forma diplomática de escurrir el bulto:

  • ¿Será malaje el burricalvo ese? ¿Pues no me ha dicho que estoy más “rellenita”?
  • ¡Ea!

Y si estamos manifestando nuestro apoyo al burricalvo o a la ofendida, queda en el terreno de la más inescrutable ambigüedad, del “sírvase usted mismo”, del “táchese lo que no proceda”.
Puede servir también para disimular nuestra ignorancia en algún tema:

  • Realmente, forzar la gluconeogénesis como ruta metabólica alternativa, para sustituir la adecuada carga porcentual de los polisacáridos en la ingesta diaria, es un error dietético.
  • ¡Ea!

Que puede traducirse como “puede que sí o puede que no, pero lo más seguro es que quién sabe”.
O para expresar total apoyo a la opinión que enuncia nuestro interlocutor:

  • ¡A ese árbitro habría que colgarlo por los pulgares del palo de mesana!
  • ¡Ea!

O lo que es lo mismo: “empieza tú que yo te sigo”.
También presta grandes servicios para evitar conflictos y discusiones en el caso de preguntas comprometidas o delicadas:

  • Oye ¿por qué lo habrán dejado Concha y Mariano?
  • ¡Ea!

Que puede significar tanto “sí hombre, a ti te lo voy a contar yo, con lo chismoso que eres”, como “ni lo sé ni me importa”.
O bien para velar una respuesta insolente o despectiva bajo una capa de disimulo y corrección:

  • ¿Por qué has llegado a las once si habíamos quedado a las diez?
  • ¡Ea!

Que claramente significa “porque me ha salido del alma”, pero expresado de un modo suave que evita la provocación.
Resulta también un recurso muy útil cuando el plasta de turno te aburre de lo lindo y desconectas o, dicho en lunfardo, cuando al compás rezongón de los fuelles, un mamerto su vida te enrolla:

  • Eso es como cuando yo hacía la mili en…. Y entonces me dijo el cabo Ballesteros… y yo dije: mi sargento ¿da usted su permiso?... y entonces, el teniente Matamoros que tenía muy mala leche pero era un cachondo, el tío… ¿Qué te parece?
  • ¡Ea!

Que viene a querer decir “cállate ya tío pesado y deja de darme la vara con tu puñetera mili”, pero sin decirlo, porque sería una grosería.
Y por fin, ya que se tercia, me despido con un ¡Ea! Hasta septiembre si Dios quiere.

¿TÚ QUE OPINAS DE ESTO?

 

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