Reflexiones de un paseante: Sobre incendios e incendiarios

16.09.2012 23:26

Reflexiones de un paseante: Sobre incendios e incendiarios

Fernando R. Quesada Rettschlag 

Septiembre 2012.

En esta primera salida que marca el inicio de la nueva temporada, compruebo con alivio que mis añorados paisajes siguen ahí. Todavía hace más calor del recomendable para andar merodeando monte arriba y monte abajo, pero a estas alturas, o salgo al campo a dar el paseo, o me lo inyecto en vena. No queda otra

He de confesar con bochorno y rubor que durante la época estival, cada vez que empiezo a oír la noticia de que un nuevo incendio forestal asola aún más nuestra ya depauperada piel de toro, y este verano ha sido pródigo en ellos,  una suerte de congoja me atenaza la boca del estómago como un pellizco, y solo se alivia cuando, segundos después, se desvela que no es el parque natural de Despeñaperros el afectado. Ya sé, ya sé que es una actitud egoísta y desconsiderada para con mis compatriotas; de ahí lo del bochorno y el rubor.
Deambulando por los llanos de las Américas, puedo constatar que el riesgo es alto, ya que el campo está reseco, los caminos polvorientos y las herbáceas exhiben un color amarillo pajizo que siembra la inquietud en el alma de los que somos temerosos del desastre ecológico. En fin, me digo para tranquilizarme, nada que no solucionen las primeras lluvias del otoño.

No le damos a los incendios forestales la importancia que realmente tienen. Oímos la noticia como otra más de las muchas desgracias y desastres que saturan los informativos día tras día, pero realmente no llegamos a calibrar hasta que punto nos afectan a todos.
Y no será porque no nos lo hayan venido explicando los más variopintos sabios desde hace muchísimo, pero que muchísimo  tiempo. Hace ya la friolera de 25 siglos, alrededor del año cuatrocientos antes de Cristo, el filósofo griego Aristocles de Atenas, apodado Platón por sus anchas espaldas, identificó perfectamente la secuencia de acontecimientos que comienzan con la pérdida de la cobertura vegetal en una región y culminan con la desaparición del suelo fértil y el consiguiente empobrecimiento, desertización y abandono de la misma por la población. En sus “Diálogos” escribió acerca del daño que estaba causando a la economía de Grecia, la erosión galopante provocada por la deforestación debida a talas e incendios: “El suelo que se va desprendiendo sin cesar de las regiones montañosas, continúa deslizándose hasta desaparecer en el mar… Antes el país producía pastos ilimitados. Las lluvias no se perdían, pues el suelo era profundo y se acumulaba el agua sobre su arcilla impermeable”. ¿Cómo es posible que, después de tantas centurias, aún no hayamos sido capaces de asimilar una idea tan sencilla?
Para ir empezando a adquirir una imagen cabal de la magnitud de la hecatombe que se ha producido este verano, ahí van unos cuantos datos, y para que tengamos una referencia con la que compararlos, pensemos que la superficie que ocupa el parque natural de Despeñaperros es de 7.000 hectáreas.

En la provincia de Málaga, el fuego ha afectado a 7.175 hectáreas de bosque y 1.050 de suelo agrícola y urbano; es el peor incendio producido en Andalucía desde que en el verano de 2004, ardieran 35.000 hectáreas en la onubense Riotinto. En La Gomera, el fuego ha calcinado el 11% de la isla y los daños causados se cifran en 71.000.000 €. En Robledo de Chavela ardieron 1.200 hectáreas y se han encontrado artefactos incendiarios. En Toledo ardieron 700 hectáreas. En Andilla (Valencia) ardieron 20.000 hectáreas en un incendio que se considera provocado por la mano del hombre. Los daños se valoran en 140.000.000 €. En Rosas (Gerona) detuvieron a dos menores por iniciar ocho fuegos y grabarlos en vídeo. Los muy lerdos, además de criminales, se entretuvieron en perder la tarjeta de memoria de la cámara y la policía la encontró. En Vilopriu (Gerona) se vienen produciendo incendios forestales todos los veranos desde hace 20 años, 194 en total, y por allí todo el mundo sabe que son intencionados y responden a disputas y rencillas entre vecinos. En el parque natural de As Fragas do Eume ardieron 1.000 hectáreas. En Orense han ardido 50 hectáreas… Y así un etcétera doloroso e interminable, hasta completar un total de 177.000 hectáreas calcinadas por las llamas este verano. El equivalente a más de veinticinco parques naturales de Despeñaperros. El cuádruple que en 2011 y que en 2010, y más que en ningún otro año en la historia reciente de España. Y a este dantesco panorama de horror y desolación, hay que sumarle diez muertos, varios heridos graves, cientos de miles de animales achicharrados, centenares de casas quemadas, cientos de familias arruinadas, miles de personas que han tenido que ser desalojadas y que han vivido días de terror… Porque incendiar el monte es terrorismo y tal es la consideración que debe tener este delito en el código penal. Esa es al menos la opinión expresada recientemente por David Caballero Valero y Rosa Montero en sendos artículos publicados por el diario El País, y yo desde aquí me sumo a ellos.

Después de leer esta ringlera de datos, tal vez este último nos resulte, como dicen los pedagogos, más significativo: más del 95% de los incendios forestales, se deben a la acción del hombre, y de ellos, la inmensa mayoría son intencionados. Están provocados por la mala intención, la mala fe, la bajeza moral, la carencia de principios, la falta de escrúpulos, los más bajos instintos, la necesidad de hacer daño a traición y no importa a quién, en definitiva por los peores sentimientos que puedan albergar seres humanos; esos sentimientos que los convierten en un ultraje para el resto de la humanidad y casi los excluyen de la categoría de humanos. ¿Cómo es posible que no nos subleve? ¿Cómo es posible que no provoque en nosotros una indignación rayana en la furia? Pues nada de eso. Pasado el primer impacto de la noticia, seguimos a lo nuestro indiferentes y autistas. ¿Por qué? Y lo que para mí es más importante ¿qué se puede hacer para cambiar la conciencia de la ciudadanía?
Porque está muy bien cambiar la tipificación del delito y endurecer las penas, pero no basta. Mientras que los vecinos y parientes del incendiario sigan poniendo su lealtad hacia él por encima de su compromiso con la sociedad y no lo denuncien, no habremos situado el problema en vías de solución.
¿Cómo hacer que los pobladores de las localidades próximas al origen del incendio, que suelen tener muy fundadas sospechas cuando no certezas, sobre la identidad del incendiario, no tengan empacho en denunciarlo? ¿Cómo conseguir que el que quema el bosque, sea objeto de un rechazo social similar al que sufre el parricida, el maltratador, el violador o el pederasta?
Para encontrar una respuesta, mi respuesta, a estas preguntas, voy a retroceder en el tiempo hasta aquel lejano otoño del 82 en el que las emisoras de radio y los carteles de propaganda electoral, proclamaban “OTAN, DE ENTRADA NO”. Con este eslogan ganó el PSOE las elecciones generales celebradas el 02/12/1982 por mayoría absoluta, y Felipe González accedió a la presidencia de la nación. En la misma campaña prometió “CIEN AÑOS DE HONRADEZ”  y los más de diez millones de españoles que le dimos nuestro voto, nos lo creímos. Luego, al ver como se desarrollaba su acción de gobierno, los que pensábamos que el socialismo era aval de moralidad, garantía de integridad y marchamo de honradez, fuimos pasando progresivamente por la incredulidad, el desconcierto, la perplejidad, y al cabo, la tozuda realidad nos terminó abocando a la más profunda desilusión.
Pero esa es otra historia. Lo que interesa ahora es el asunto de la OTAN. Cuando el Presidente González conoció a fondo y en primera persona, los entresijos de la política internacional y comprendió lo perjudicial que hubiera sido para los intereses de España abandonar la OTAN, decidió convocar un referéndum en el que su gobierno hizo campaña a favor de la permanencia. Con ello, en mi opinión, hizo profesión de patriotismo bien entendido y demostró su verdadera talla de estadista.
Sólo cuatro años después del “OTAN, DE ENTRADA NO”, el 12 de marzo de 1986, se celebró la consulta y ganó el “SÍ” por el 52’5 % de los votos. Y tan sólo tres meses después, el 22 de junio de 1986, Felipe González volvió a ganar las elecciones generales por mayoría absoluta.  Cambiar de criterio no le había pasado factura política porque había conseguido que su opinión calara en la conciencia de sus votantes.
¿Que cómo se había obrado el milagro? Pues en realidad no hubo tal milagro sino una campaña propagandística perfectamente concebida, magistralmente ejecutada y que contó con los fondos necesarios.
El paralelismo con nuestro tema es obvio. ¿Qué es lo que impide usar las mismas mimbres para construir el mismo cesto en el caso de los incendios y los incendiarios? ¿Cuál es el obstáculo por el que no se organiza otra buena campaña institucional, para que los españoles comprendamos que todos y cada uno de nosotros somos víctimas del terror incendiario que destruye nuestros bosques?
Únicamente la voluntad política. Sencillamente no hay voluntad política de hacerlo porque no se considera rentable en términos de votos, y no hay en el panorama político actual, ningún personaje que, como González en el asunto de la OTAN, tenga la altura de miras precisa para poner los intereses de España por encima de consideraciones de roñosa inmediatez, y la habilidad e inteligencia necesarias para conseguir que, además, eso favorezca electoralmente a su partido.

Y es que, reconozcámoslo, en el pasado reciente hemos contado con dirigentes de calidad “virgen extra” pese a que  en sus respectivos mandatos, hubiera tanto luces como sombras. Hablo de Adolfo Suárez, Felipe González o José Mª Aznar. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, la clase política española compone un espectáculo más bien bajuno y ramplón. Y si alejamos el zoom y ampliamos la imagen hasta abarcar a toda la Unión Europea, el panorama es igualmente mediocre y chabacano. El mejor de nuestros políticos miente hasta cuando está mintiendo. Todos, sin distinción de partidos ni ideologías, comparten el principio tan genialmente expresada por el humorista Eloy Arenas: “Hay que quitarle su dinero a los pobres; tienen poco, pero son tantos…” Y el peor… bueno, acabamos de padecer lo que es capaz de hacer el peor. Después de haber hundido a su patria, que es la nuestra, en la más absoluta ruina, después de haber desprestigiado la imagen de España en el exterior, después de haber asolado la caja de la seguridad social, después de haber malgastado, despilfarrado, dilapidado, derrochado, de la forma más insensata, el dinero que con tanto esfuerzo y trabajo, el común de los ciudadanos pusimos en sus manos para que gestionara las necesidades colectivas; después de haber endeudado  a esta generación, a la siguiente, y aún no sabemos a cuantas más, se dedica a contar nubes con el riñón bien cubierto a costa del erario público y cobrando unos sueldos, así, en plural, sueldos, cada uno de los cuales hace palidecer de envidia a los pobres curritos que aún conservamos un puesto de trabajo. No digamos a los millones de ciudadanos a los que su deplorable gestión, secundada e imitada por los reyezuelos taifas, ha mandado al paro. Y eso sí, sin experimentar el más mínimo remordimiento sino todo lo contrario. ¡Si hasta le hemos otorgado una altísima condecoración! No, si ya lo dijo el rey felón: otro vendrá que bueno me hará.
Con esta perspectiva, puede parecer misión imposible conseguir que nuestros dirigentes pongan empeño en concienciar a la ciudadanía, del horror y la abyección que significa quemar el bosque de manera consciente y voluntaria. Sin embargo, no olvidemos que en democracia, el poder está en las manos del pueblo, y es el pueblo el que, cada cuatro años, lo distribuye entre los candidatos según sus méritos y sus quebrantos.
Voy a terminar con las mismas palabras con las que cerré un artículo anterior. El meollo del cogollo del asunto, radica en que nuestros políticos comprendan que la consideración de los incendios forestales como una cuestión de Estado, es un tema electoralmente rentable. Si piensan que les da votos, tendremos propaganda anti-incendiarios hasta aburrirnos. Es tarea nuestra, de nosotros el pueblo (“we the people” dicen los yanquis), hacérselo entender ¡Vamos a ello!

¿TÚ QUE OPINAS DE ESTO?

 

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